del prudente saber y el máximo posible de sabor | Año xx Nº 11, enero-diciembre 2019 | ISSN 1515-3576| ISSN versión en línea 2618-4141


La conceptualización del ideal del yo y superyó femeninos en la obra de Freud. Un análisis desde la articulación entre el psicoanálisis y la perspectiva de género


Silvina Alejandra Marchisio | UNSL

smarchisio00@gmail.com


Resumen

El presente artículo deriva de la discusión de resultados realizada en el marco de la tesis de Doctorado en Psicología: «El problema del ideal del yo-superyó de la mujer y su incidencia en la estructuración de la subjetividad femenina en la obra de Freud. Análisis de las transformaciones operadas entre estas conceptualizaciones y las elaboradas por autores psicoanalíticos que articulan la perspectiva de género».

La investigación estudia la constitución y características del ideal del yo y superyó femeninos. Se analizan de modo crítico las formulaciones a partir de las cuales Freud fundamenta las características deficitarias de esta estructura, tales como: la modalidad con que la mujer realiza las identificaciones constitutivas del superyó, la incidencia de la configuración edípica de la niña y de su disolución, el estatuto teórico que adquiere el complejo de castración y sus consecuencias para la comprensión de la subjetividad femenina. Se examina la equiparación entre lo femenino y la pasividad en sus teorizaciones sobre el masoquismo femenino. Se explora la vinculación entre el tipo de elección narcisista de objeto que Freud postula como característica de la mujer, el narcisismo femenino y la formación del ideal del yo.

Se pretende identificar la incidencia de los mitos, los prejuicios y los estereotipos culturales en la comprensión del psiquismo de la mujer que realiza el autor. Se indagan además los aportes referidos al tema que realizan autores/as psicoanalíticos/as contemporáneos/as desde la articulación entre la teoría psicoanalítica y los estudios de género.

En función del estudio realizado, se elaboró una distinción en tres etapas de la producción teórica del autor. Se tomaron en cuenta las principales ideas en torno a la problemática de la moral hasta la postulación definitiva del superyó, con especial énfasis en las características de esta estructura en las mujeres.

Palabras clave: superyó femenino, Freud, género



The Conceptualization of the Ideal Feminine Ego and Superego in Freud’s Work. Analysis from the Combined Perspective of Psychoanalysis and Gender Studies


Abstract

This article derives from the discussion of results in the author’s doctoral thesis in Psychology, entitled: «The problem of the ideal ego-superego of women and its impact on the structuring of female subjectivity in Freud’s work. Analysis of the transformations operated between these conceptualizations and those elaborated by psychoanalytic authors who articulate them with the gender perspective».

This investigation studies the constitution and characteristics of the ideal female ego and superego. The formulations on which Freud bases the characterization of this structure’s shortfalls are analyzed in a critical way. Some of them include: the modality with which women perform the constituent identifications of the superego, the incidence of girls’ oedipal configuration and its dissolution, the theoretical status acquired by the castration complex and its consequences for the understanding of female subjectivity. The feminine and passivity are compared to examine theories about female masochism. The link among the type of choice in the narcissistic object —which Freud proposes as characteristic of women—, female narcissism and the formation of the ideal ego is explored.

The aim of this work is to identify the incidence of myths, prejudices and cultural stereotypes in Freud’s understanding of women’s psyche. Further references contributed by contemporary psychoanalytic authors working from the combined perspective of psychoanalytic theory and gender studies are also investigated.

Based on the conducted study, a distinction was made in three stages of Freud’s theoretical production. The main ideas, ranging from the problem of morality to the definite nomination of superego, were considered. Special emphasis was made on the characteristics of this structure in women.

Keywords: superego, Freud, gender




Introducción

El presente artículo deriva de una investigación más amplia que constituye la tesis de Doctorado en Psicología: «El problema del ideal del yo-superyó de la mujer y su incidencia en la estructuración de la subjetividad femenina en la obra de Freud. Análisis de las transformaciones operadas entre estas conceptualizaciones y las elaboradas por autores psicoanalíticos que articulan la perspectiva de género». En el mencionado trabajo se realiza una revisión crítica de los fundamentos teóricos del autor con el objetivo de identificar la incidencia de los mitos, los prejuicios y los estereotipos culturales en su comprensión del psiquismo de las mujeres.

En este sentido, la articulación entre el psicoanálisis y los estudios de género ofrece una vía para llevar a cabo este trabajo.

El campo de los estudios de género, al visibilizar el modo en que los discursos sociales inducen y promueven valores, jerarquías e ideales que prescriben lo que es esperable para la femineidad y la masculinidad, denuncia las relaciones de dominación inherentes al sistema patriarcal.

El género, desde un punto de vista descriptivo, se define como la red de creencias, rasgos de personalidad, actitudes, valores, conductas y actividades que diferencian a mujeres y varones, delimitando lo femenino y lo masculino (Burin, 2009). Esta lógica binaria implica desigualdades y jerarquías. Los estudios de género analizan las oposiciones y asimetrías visibilizando el proceso de construcción histórico-social involucrado en el género. Destacan las transformaciones subjetivas a partir de los cambios en las posiciones políticas, económicas y sociales con el transcurso del tiempo. De este modo, integran aportes de múltiples ciencias en un abordaje interdisciplinario.

El psicoanálisis, por su parte, en tanto disciplina que da cuenta del inconsciente, aporta las hipótesis teóricas que permiten comprender los procesos intrapsíquicos, por los cuales el infante humano deviene sujeto psíquico y adquiere su identidad sexuada.

De modo particular, el psicoanálisis con enfoque de género enfatiza la formación de la subjetividad a partir de la respuesta singular que cada sujeto produce a los mandatos de género, presentes en los ideales transmitidos desde la cultura.

Promover intersecciones entre los discursos provenientes de distintas disciplinas amplía la posibilidad de abordar los nuevos enigmas que se plantean. Permite superar el dogmatismo normalizador, así como generar un espacio para alojar el padecimiento psíquico de las subjetividades contemporáneas.

El objetivo de esta comunicación es compartir algunos de los resultados a los que se pudo arribar a partir del desarrollo de la tesis doctoral.


Principales ejes de análisis y metodología utilizada

Se analizaron las formulaciones a partir de las cuales Freud fundamenta las características deficitarias del superyó femenino, tales como: la modalidad con que la mujer realiza las identificaciones constitutivas del superyó, la incidencia de la configuración edípica de la niña y de su disolución, el estatuto teórico que adquiere el complejo de castración y sus consecuencias para la comprensión de la subjetividad femenina. Se examinó la equiparación entre lo femenino y la pasividad en sus teorizaciones sobre el masoquismo femenino. Se exploró la vinculación entre el tipo de elección narcisista de objeto que Freud postula como característica de la mujer, el narcisismo femenino y la formación del ideal del yo.

Se trata de un estudio teórico de tipo documental, bibliográfico y cualitativo, en el cual se realiza un trabajo de deconstrucción de los postulados freudianos sobre la temática. Se toman principalmente los aportes de las/los autoras/es del psicoanálisis con perspectiva de género, así como también contribuciones significativas provenientes del campo de la filosofía y la sociología.


Discusión de resultados

La deconstrucción de los conceptos freudianos sobre la subjetividad femenina revela el obstáculo epistemológico del sujeto investigador atravesado por el contexto socio-cultural e ideológico del que no pudo abstraerse. De igual modo, cabe destacar el marco epistémico basado en los códigos de la Modernidad en el que surgieron sus ideas.

Freud parte de la premisa de que el varón es sinónimo de ser humano (Hombre) y la mujer es la diferente, la otra. En esta dualidad no hay un reconocimiento de la mujer como sujeto. La posición masculina queda identificada con la de sujeto del conocimiento y la mujer es ubicada en el lugar del enigma, de lo desconocido, es decir, del objeto que se ha de conocer. La concepción binaria atraviesa su teoría sobre el desarrollo sexual y la conformación del psiquismo, enfatizando la deficiencia de la mujer.

La psicosexualidad ha constituido el eje para el abordaje de los procesos de subjetivación, poniendo el acento en una perspectiva intrapsíquica, en la cual el campo pulsional y la diferencia sexual anatómica resultan fundamentales.

Se considera que el psicoanálisis con perspectiva de género ofrece un aporte enriquecedor al estudiar la subjetividad femenina desde el modelo del pensamiento complejo, sosteniendo en tensión diferentes conceptos, relaciones y epistemologías provenientes de campos teóricos diversos. Se dejan de lado explicaciones esencialistas y binarias, tratando de tolerar las contradicciones y la incertidumbre.

Desde este punto de vista, se asume que la femineidad de cada mujer incluye mandatos y prescripciones que delinean las modalidades que desarrolla en sus vínculos intersubjetivos, así como los proyectos y aspiraciones que podrá desplegar en concordancia con su sistema de ideales y con los imperativos de su superyó. La subjetividad femenina es el resultado del modo particular en que una mujer construye su singularidad psíquica en un contexto social atravesado por relaciones de poder, caracterizadas por el dominio masculino.

Al realizar una revisión sistemática y cronológica de la obra freudiana, resulta pertinente destacar que la oposición entre la sexualidad y las representaciones morales está presente desde las primeras elaboraciones, expresando los dos términos del conflicto básico del ser humano. El concepto de moral al que se refiere implica la internalización de las normas que circulan en la sociedad respecto a lo que se considera bueno y malo, a las pautas de convivencia, así como a la incorporación de diferentes mandatos según la clase de pertenencia y el género.

A partir de 1900 la problemática de la moral y la ética comienza a tener un estatuto tópico. Las representaciones morales que intervienen en el conflicto se inscriben en el psiquismo en el sistema preconciente, en tanto instancia criticadora que recoge las pautas de la cultura.

Con la postulación del concepto de pulsión como motor para el desarrollo psíquico Freud afirma que los ideales estéticos y la moral constituyen diques psíquicos. El controversial concepto de represión primaria de condicionamiento orgánico debilita el papel que desempeñan los padres, la familia y los educadores en la instauración de la vergüenza y la moral como contrainvestiduras que limitan la pulsión. Relaciona además la represión, en tanto mecanismo psíquico que ponía un freno a la conducta sexual, con una determinada clase social. En este sentido, considera que la burguesía ilustrada de la sociedad vienesa de fines del siglo xix había adquirido un nivel de educación y buenas costumbres que les permitía desarrollar principios morales. Considera que sólo las mujeres cultas quedaban a salvo de la perversión pero pagando el costo de padecer neurosis. Esta patología daba cuenta del elevado valor ético de una mujer. Por el contrario, las mujeres no cultivadas, igualadas a los niños inmaduros sexualmente, podían desplegar un polimorfismo perverso, que revelaba su estatuto moral inferior. Estos enunciados evidencian una lectura de las diferencias y desigualdades de clase, de género y de edad, realizadas desde la perspectiva de poder de un patriarca comprometido con la ideología reinante.

Cabe destacar el artículo «La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna» (1908), que siendo resignificado desde la perspectiva de género adquiere el valor de una denuncia de la doble moral de la cultura patriarcal, que propicia la desigualación entre varones y mujeres, así como el sometimiento de estas últimas al dominio masculino. Se considera una excepción respecto a las ideas sexistas sobre la mujer que atraviesan toda la obra freudiana.

Se considera que la premisa de la universalidad del pene, que Freud plantea desde 1908 (Sobre las teorías sexuales infantiles), implica la propuesta de una teoría falocéntrica y un reduccionismo, al sostener la oposición fálico-castrado, ya que la mujer tendría el lugar de la representante castrada de un sexo único. A partir de este momento interpreta que la falla o déficit no es sólo anatómica, sino también psíquica. Se diluye así, el lugar que le había otorgado a los factores condicionantes del contexto social.

En el análisis de las relaciones amorosas, la exigencia de castidad y de fidelidad aparece como una ley moral que solo deben cumplir las mujeres. La internalización de estas normas en el proceso de subjetivación femenino ha contribuido a la reproducción, en las relaciones entre varones y mujeres, de prácticas sociales diferenciales y jerárquicas. El erotismo femenino es invisibilizado y la mujer es culpabilizada cuando no responde a la función de objeto dispensador de placer, que el varón que detenta el poder le asigna.

Resulta significativo mencionar que en «Tótem y tabú» (1913 [1913-14]), Freud menciona por primera vez la noción de conciencia moral como una función o instancia psíquica que reasegura desde el interior el cumplimiento de las prohibiciones colectivas de la sociedad. A partir del mito, introduce los tabúes del incesto y del parricidio para dar cuenta de un orden cultural patriarcal, como si se tratara de algo invariante y natural. Las dos leyes se internalizan a partir de un acuerdo entre los varones, que luego se perpetúa como un imperativo categórico que constituye las bases de los principios éticos y morales. Relaciona el origen del sentimiento de culpa con el crimen del padre y no con el incesto. Es decir, que estas dos prohibiciones no tienen el mismo valor psíquico. El acceso sexual al cuerpo de las mujeres no presupone una limitación por el acto en sí mismo, sino por la rivalidad fraterna que desencadena y que es necesario legislar. La exogamia surge como una ley patriarcal que asegura el desarrollo de la civilización, así como el establecimiento de relaciones heterosexuales universales y ordenadas. Las mujeres quedan silenciadas, no participan del contrato social y sexual. De este modo, la sujeción de ellas resulta invisibilizada.

Las conceptualizaciones que formula a partir de «Introducción del narcisismo» (Freud, 1914) sobre el narcisismo en las mujeres se encuentran teñidas por prejuicios y observaciones epocales, sobre la base del binarismo masculino-femenino que asume como natural. Desde esta mirada dicotómica, postula que la norma para la mujer es la modalidad narcisista de elección de objeto. Señala que la belleza corporal alcanzada a partir de la pubertad «resarce a la mujer de la atrofia que la sociedad le impone en materia de elección de objeto» (Freud, 1914: 85) incrementando su narcisismo herido. Esto implica en parte, un reconocimiento de la opresión amorosa de las mujeres por los mandatos sociales, pero al mismo tiempo una naturalización y aceptación acrítica de la situación.

Las teorizaciones elaboradas brindan argumentos que contribuyen a perpetuar, como si se tratara de una condena irreversible, un proceso de pasivización que ubica a las mujeres como objetos de deseo del varón. La perspectiva androcéntrica prescribe como estereotipo que el valor femenino radica en los caracteres corporales y no en las cualidades y aptitudes psíquicas. La excepción quedaría circunscripta a la exigencia sobrevaluada de maternalizar todos los vínculos.

Se infiere que la fuerza del mandato cultural que normatiza para la mujer el elegir al modo narcisista, constituye uno de los contenidos típicos de su género en el ideal del yo. Por otro lado, el anhelo de alcanzar metas consideradas como típicamente masculinas, o elegir un varón que represente su ideal, resulta comprensible en un contexto en que la femineidad es devaluada. En este sentido, esta no constituye un modelo identificatorio al que pueda aspirarse.

Los modelos anaclíticos que Freud propone: la madre nutricia y el padre protector responden a la configuración de la familia nuclear moderna con roles específicos acordes a la división sexual del trabajo. A las mujeres se las habilita para las funciones de contención afectiva y de satisfacción de las necesidades de autoconservación de todos los integrantes del grupo familiar, y se las excluye de una amplia gama de posibilidades inherentes al espacio público.

Se considera que los padres, en tanto portavoces de la cultura y de su propia historia individual, realizan proyecciones subjetivantes que se inscriben como mandatos en relación a lo que es ser mujer o varón. En este sentido, el ideal del yo contiene las normativas respecto al género, la conciencia moral vigila su cumplimiento y en caso de apartarse castiga al yo con angustia moral.

Cabe señalar que la constitución de la familia y la maternidad eran los proyectos intensamente investidos que formaban parte del ideal del yo de las mujeres de la modernidad, por lo cual la satisfacción obtenida en estas relaciones aportaba la principal fuente de autoestima. De modo análogo, las dificultades acarreaban sentimientos de fracaso e inferioridad.

Se asume que durante la relación pre-edípica, el proceso de identificación primaria narcisista que va conformando el yo primitivo de los niños y de las niñas, en el cual el género está involucrado desde el comienzo, iría delimitando también el ideal del yo. Si bien Freud conceptualizó el proceso de identificación de modo unilateral desde el niño hacia sus padres, resulta imposible concebir el desarrollo psíquico sin incluir el complejo proceso intersubjetivo.

Al trasladar el modelo de la horda primordial dirigida por un jefe supremo al desarrollo de la familia nuclear de la sociedad moderna, Freud (1921) enfatiza el terror al padre portador del ideal del yo. Acentúa las características sádicas y persecutorias que adquiere esta estructura y las considera una premisa necesaria.

Resulta significativo que en «El yo y el ello» (Freud, 1923) equipare ideal del yo y el superyó, utilizándolos de modo indistinto como si solo se tratara de una cuestión terminológica. El superyó como estructura va adquiriendo tanta relevancia que se diluye la noción de ideal del yo, hasta reaparecer en la Conferencia N° 31 (Freud, 1933 [1932]) como una función de aquel. La pérdida del estatuto del ideal del yo como instancia diferenciada en la nueva metapsicología freudiana implicaría un detrimento de su papel como portador de un modelo de género sobre la base de los padres y sustitutos significativos. En tanto residuo del narcisismo, funciona como una aspiración que el yo busca alcanzar y su contenido sería más libidinal.

El superyó, en cambio, sigue un proceso de formación más paradojal no solo por ser el heredero del Edipo, sino también por el monto de pulsión de muerte que recibe a partir de la desmezcla involucrada en el proceso de identificación. De este modo, Freud destaca el carácter prohibitivo y sádico del superyó por sobre el aspecto libidinal y protector. Resalta el origen pulsional del superyó, devaluando la participación de las instituciones de la cultura que intervienen en el desarrollo del sujeto.

La resolución exitosa del complejo de Edipo implica para el autor la concordancia entre sexo biológico, identidad de género y elección de objeto heterosexual, así como también la constitución de un superyó que conserve la ley paterna. Asume que de este modo se garantiza la formación de un individuo independiente.

Afirma que la moral y la ética sólo pueden ser adquiridas por las mujeres a través de la «herencia cruzada» (Freud, 1923: 39), siguiendo las pautas de los varones. En este sentido, hace depender de las probabilidades del código genético el desarrollo de principios éticos en ellas, dando cuenta de un pensamiento misógino patriarcal.

Al poner en el centro de la problemática sobre el origen de la moral, la resolución del Edipo con la interdicción del incesto, focaliza la cuestión en la necesidad de pautar la sexualidad. De este modo, otros principios éticos que se incorporan en la relación de apego temprana durante la etapa pre-edípica con ambos padres y especialmente con la madre, no son tenidos en cuenta.

A partir de 1923, Freud profundiza el significado otorgado a la primacía fálica al conceptualizar la organización genital infantil como una fase regular del desarrollo libidinal para ambos géneros. Desde 1924 en adelante formula las diferencias en la fase pre-edípica, en el desarrollo y en la disolución del complejo de Edipo, haciéndolas derivar de la anatomía como un destino determinante. De esta manera, postula deficiencias insalvables en la estructuración del psiquismo femenino.

El eje puesto en la ausencia de angustia de castración (Freud, 1924) como motivo que interfiere la salida del Edipo en la niña, lo lleva a postular la cualidad defectuosa del superyó femenino.

Se considera que la extrapolación de una teoría sexual infantil de los varones con la pretensión de abarcar la experiencia subjetiva de las mujeres, implicaría un error metodológico y epistemológico. Se asume que el temor a la pérdida del amor y la protección parental que Freud devalúa como motivo característico de la niña, tendría un gran peso en ambos géneros.

La ecuación simbólica pene=hijo y la consolidación de la pasividad femenina como resolución exitosa de la conflictiva edípica evidencian la reproducción al interior de la teoría psicoanalítica de significaciones sociales imaginarias que contribuyeron a avalar el claustro hogareño de la mujer burguesa, como modelo de femineidad hegemónica.

Se conjetura que la fuerza de la pulsión resulta domeñada, pasivizada y domesticada en las mujeres, por los procesos sociales regulados por el sistema sexo-género.

Se asume que la unión que Freud (1925, 1931) establece entre metas sexuales activas y masculinidad, la homologación entre el clítoris y el pene, así como la premisa que la niña debe necesariamente resignar a la madre como primer objeto de amor, para alcanzar el complejo de Edipo positivo que constituye la norma, lo llevan a una interpretación distorsionada del desarrollo psíquico femenino.

En este sentido, la perspectiva falocéntrica alcanza su máxima expresión con el concepto de envidia fálica, del cual deriva toda una serie de rasgos psíquicos deficitarios en el yo y en el superyó de las mujeres.

La ambivalencia irresoluble que describe en la relación con la madre acarrea una mirada patologizante de lo femenino, ya que interferiría la identificación con ella como modelo de mujer. De este modo, la visión descalificante que Freud (1931) tiene de la ligazón pre-edípica con la madre le dificulta considerar el desarrollo libidinal temprano como un momento tan estructurante del psiquismo como lo sería el complejo de Edipo. Se considera que esta identificación temprana resulta prescriptiva para la formación de un modelo de género que irá delimitando las características de la estructura superyoica.

El patriarcado ha promovido el desarrollo de diferencias en el sistema ideal del yo-superyó de las mujeres y de los varones. La «ética del cuidado» (Gilligan, 1985) que ha sido conceptualizada desde el feminismo de la diferencia como un modelo de moral característico de las mujeres, ha sido favorecido por la condición de subordinación social del género y no por cualidades emocionales esenciales del ser femenino. En función de ello, resulta necesario desnaturalizar este tipo de diferencias propuestas.

La ausencia de intereses sociales y el menor sentido de justicia que el creador del psicoanálisis le atribuyó como rasgo universal al superyó femenino ha sido consecuencia de un proceso de opresión social, jurídica, política y cultural. Este es tanto externo como interno, ya que mediante la internalización de estereotipos de género que imponen el cuidado de los otros como fin de la propia existencia, las mismas mujeres atentan contra las propias posibilidades de desarrollo personal.

El masoquismo femenino (Freud, 1924) revela una íntima relación con el masoquismo moral, a través de la culpa y el castigo que experimentan las mujeres ante cualquier manifestación de erotismo. Al masoquismo primario se le sumaría un incremento del masoquismo secundario, derivado de la prohibición de descargar la agresividad sobre el objeto. Toda expresión de sadismo y de poder es severamente castigada por las reglas sociales. De esta manera, se intensifica el sentimiento de culpa y la tendencia a la interiorización de la violencia en el psiquismo femenino, por razones que distan mucho de poder ser reducidas a la naturaleza. En función de ello, en oposición a lo postulado por Freud, se conjetura que el superyó femenino sería más estricto que el de los varones.

Si las mujeres han sido subjetivadas en una lógica de complementariedad sujeto-objeto, la falta de reconocimiento de ellas mismas como sujetos autónomos con necesidades y deseos propios las ubica en una relación de sumisión frente a la dominación masculina (Benjamin, 1996).

Se considera significativa la relevancia que Freud a partir de 1927 le atribuye al papel de la cultura en la estructuración del superyó. Esto implicaría una ampliación en su conceptualización, al concebirlo como un representante intrapsíquico de una coerción exterior. Su formación garantizaría la preservación, el cumplimiento y la transmisión de las pautas culturales, por lo cual lo postula como un bien psíquico del patrimonio cultural. Esta perspectiva enriquece su estatuto como heredero del complejo de Edipo en estrecha relación con las pulsiones del ello.

En «El malestar en la cultura» (1930 [1929]) plantea que la instauración del superyó constituye el mecanismo más eficaz de que dispone la cultura para asegurar el cumplimiento por parte de los individuos de las restricciones que esta les impone.

En este sentido, las prerrogativas de la cultura victoriana que Freud describe exigían la inhibición de la sexualidad y de la agresión como una propuesta de subjetivación característica de la época. Los mandatos se incorporan en el superyó mediante la identificación y este asegura su cumplimiento o en su defecto el castigo. De este modo, plantea una mayor articulación entre la incidencia del contexto social y la constitución del superyó, relativizando su carácter endógeno en tanto derivado de la pulsión de muerte.

Destaca la presión que ejerce la cultura sobre los sujetos exigiendo la interiorización de la agresión en el superyó. En tanto «co-mandante» (Freud, 1930 [1929]:112), esta estructura ejerce su función en conexión con los objetos externos, insertos en un contexto histórico-social que gravita sobre ellos. En este sentido los padres reales adquieren mayor significación.

Al equiparar superyó y conciencia moral se diluye la distinción entre estructura y función, acentuando el aspecto castigador. La conciencia moral conserva por un lado la agresión de la autoridad externa, pero explica su severidad a partir de la continua renuncia pulsional que le exige al yo. El conflicto de ambivalencia se instala tempranamente, ya que el individuo tiene que adaptarse a la convivencia social en la familia nuclear.

Se considera que la noción de un superyó cultural destaca las características y mandatos que la cultura de pertenencia imprime en sus miembros, enfatizando el interjuego entre los requerimientos de la sociedad y las exigencias internas. De este modo, plantea la idea de un psiquismo más abierto al mundo externo y menos centrado en las pulsiones. Esta mirada que recupera lo cultural se considera muy enriquecedora, ya que ampliaría la comprensión metapsicológica del modelo estructural.

Cabe destacar que en este momento de la obra, se advierte un cambio en el modo en que conceptualiza la ética. Puntualiza como el principal problema ético de la humanidad la lucha por limitar la agresión y deja en segundo lugar a la sexualidad.

Se piensa que la noción de moral remite más a la moral sexual cultural, tal como fue planteada en 1908, mientras que la ética implica una responsabilidad sobre las condiciones en que se establece la relación con el semejante. El superyó ya no sería concebido solo sobre la base del tabú del incesto, sino que recoge además en su interior los principios éticos. Esta perspectiva amplía los alcances de esta estructura.

Freud plantea que los reclamos éticos de la cultura resultan incumplibles y tornan vulnerables a los individuos. Esta situación es la causante del malestar o padecimiento que describe como inevitable. Se asume que la hostilidad de la cultura es anterior a la hostilidad pulsional. Se incorpora en el sujeto en su superyó y actúa como un poder que hostiga desde la propia subjetividad.

Cabe señalar que el malestar que describe se circunscribe a la sociedad occidental europea moderna. Al cambiar los modelos históricos que se ofrecen como propuestas identificatorias, se modifican también las formas de subjetivación y los sufrimientos que provocan las pautas de la cultura. Sin embargo, más allá de cualquier imperativo que se pretenda universalizar, las exigencias que se imponen a las mujeres para alcanzar el ideal difieren de lo demandado a los varones, en función de la ideología patriarcal imperante.


A modo de conclusión

Se conjetura que la incorporación de la perspectiva de género a la comprensión que el creador del psicoanálisis brindó sobre la subjetividad femenina, conlleva un cambio en la metapsicología por él fundada, ya que pone en cuestión conceptos pilares de la teoría psicoanalítica.

La noción de ideal del yo-superyó como un eje pone el énfasis en la continuidad y complejidad de un proceso que lleva a la internalización no solo de prohibiciones, sino de metas y aspiraciones que delimitan en gran parte la orientación y posibilidades de satisfacción del deseo. Las últimas conceptualizaciones freudianas sobre el ideal del yo entendido como una función del superyó, desdibujan la significatividad que tiene en la constitución subjetiva. El superyó en tanto estructura heredera del complejo de Edipo queda sobrevalorado. El ideal del yo más relacionado al narcisismo es asociado a un momento primitivo del desarrollo que requiere ser superado y asimilado en una elaboración superior, tal como concibe la instancia superyoica.

El concepto de género como un organizador general del psiquismo es previo al nacimiento de un sujeto. Condiciona tanto el desarrollo del yo como estructura, así como la modalidad en que evoluciona el sistema ideal del yo-superyó.

El narcisismo adquiere un estatuto tan relevante como el complejo de Edipo para la constitución de la subjetividad. La noción de un ideal del yo de género y su articulación con el vínculo de apego temprano con la madre, amplía la comprensión de la femineidad desde un vértice diferente. Este destaca la relevancia de las identificaciones pre-edípicas de la niña con la madre en tanto constitutivas de una femineidad primaria. Se revaloriza esta relación y el rol de la madre en tanto imparte límites a las demandas pulsionales, así como es transmisora de mensajes de cuidado, responsabilidad y consideración hacia el prójimo que van estableciendo principios éticos.

En este sentido, el complejo de Edipo es resignificado y se relativiza su valor como eje del desarrollo moral y ético del sujeto.

La mirada endogenista que considera a la pulsión como el motor esencial para el desarrollo del psiquismo es cuestionada, al tomar en cuenta el objeto externo como otro sujeto. Este transmite en el vínculo intersubjetivo, significaciones culturales del contexto histórico-social, que incluyen prescripciones y prohibiciones, así como deseos y fantasías que imprimen marcas diferentes en las niñas y en los niños.

Los padecimientos provenientes del superyó adoptan modalidades diferentes en los varones y las mujeres. Es por ello que incorporar el concepto de género en psicoanálisis implica el compromiso ético de desarrollar una escucha diferente, así como la responsabilidad de estar involucrados/as en la subjetividad de la época que nos toca vivir.

Atender la singularidad con que cada mujer se apropia de las expectativas, los mandatos y los ideales que la cultura propone como modelos de femineidad, resulta fundamental para ampliar la mirada más allá de lo intrapsíquico.

En la actualidad, las representaciones sociales sobre el género femenino transitan un proceso de intensa transformación. Las luchas de los movimientos feministas han conquistado la obtención de nuevos derechos para las mujeres, así como han abierto interrogantes y debates que eran impensables pocas décadas atrás.

Sin embargo, los ideales propuestos por el orden sexual moderno basados en una rígida división de roles, espacios y poderes por género, aún coexisten con las nuevas subjetividades femeninas que rompen con los estereotipos tradicionales. Esta situación transcurre en un estado de tensión social y subjetiva, originando malestares y sufrimientos producto de una intensa ambivalencia.

El sentimiento de culpa en las mujeres está muy vinculado con la tensión y el no cumplimiento de los mandatos que la cultura patriarcal prescribe para el modelo hegemónico de femineidad. La culpa opera como un techo de cristal interno (Burin, 1996, 2007), constituyendo un dispositivo de poder que firmemente internalizado, asegura el sostenimiento de la asimetría y la subordinación de las mujeres. Contribuir a la toma de conciencia de estas limitaciones es una tarea de un psicoanálisis con perspectiva de género.

Es muy difícil rastrear deseos puros, no contaminados por la imposición de formatos de género, ya que lo que es norma o imperativo externo se incorpora en la subjetividad, convirtiéndose en ideal que moldeará el deseo. De este modo, abrir un espacio para poder repensar la maternidad como una opción más, entre otros proyectos posibles, implica desnaturalizarla como destino previsible.

Por otro lado, el estereotipo de madre abnegada que promueve el patriarcado para sostener el status quo, lleva implícita la culpa y el autorreproche por el bienestar de los/las hijos/hijas, ya que resulta en sí mismo imposible de cumplir. Recortarse como persona separada y como mujeres más allá de la maternidad, resulta con mucha frecuencia una tarea a realizar en el tratamiento analítico.

Si gran parte de la autoestima se juega en los vínculos íntimos, familiares y de pareja, se restringen otras fuentes de suministro narcisista. En este sentido, el fracaso o los conflictos en relación con estos proyectos, termina lesionando la confianza en los propios recursos y el sentimiento de sí. Por el contrario, mujeres más innovadoras que disputan espacios de poder con los varones, experimentan a menudo como motivo de mucha angustia, la amenaza de soledad por no responder al estereotipo.

Se considera fundamental comprender y visibilizar el modo en que la división sexual del trabajo promueve la vulnerabilidad y el techo de cristal en las mujeres cuando se sienten recargadas y solas en las tareas de crianza.

Una clínica con perspectiva de género requiere poner en cuestión la ética del cuidado (Gilligan, 1985) como típicamente femenina, resignificándola como una dimensión que forma parte de una relación entre sujetos iguales, en la que el respeto y el reconocimiento mutuo constituye la base para derribar la lógica dominador-dominado (Benjamin, 1996).

El amor romántico y el mandato de vivir para los otros ha sido el medio más eficaz para la sujeción de las mujeres, para promover la indefensión y con ello actitudes masoquistas, que no se relacionan con la naturaleza de la sexualidad femenina, sino con el desequilibrio de fuerzas en los vínculos intersubjetivos. En este sentido, las expresiones de masoquismo y pasividad requieren ser entendidas como el efecto subjetivo de las relaciones de poder y de la inhibición de las manifestaciones de hostilidad que se les ha exigido a las mujeres.

La importancia de desidentificarse de modelos maternos y femeninos tradicionales, sumisos y oprimidos constituye también una consecuencia clínica fundamental de la incorporación de la perspectiva de género en psicoanálisis. Distinguir el vínculo de apego tierno con la madre del modelo de género que ella encarna, abre un espacio para revisar los sentimientos de ambivalencia desde una mirada no centrada en la conflictiva edípica, ni pre-edípica. Comprender la subjetividad de la madre atravesada por lo epocal, posibilita en muchas mujeres resignificar este vínculo y desprenderse de modelos conflictivos y no deseables. De este modo, se abre la posibilidad de buscar otros nuevos que permitan construir femineidades más libres, flexibles, sublimatorias y reparatorias. Esto también contribuye a ampliar la mirada y correr el foco de las relaciones intersubjetivas en el seno del núcleo familiar.

La toma de conciencia del sufrimiento de género, posibilita pasar de la queja autorreferencial relacionada únicamente con la problemática personal, a poder pensar sobre el entramado social en el que estamos inmersas. De este modo, se va visibilizando lo invisible y se adquiere un sentido colectivo que empodera a las mujeres.

Un abordaje psicoanalítico con perspectiva de género requiere tomar en cuenta además el modo en que éste se articula con otras categorías de análisis, tales como: la clase social, el grupo étnico, etario, religioso y político.

En este sentido, la escucha de género en la clínica amplía la comprensión del sufrimiento psíquico de las mujeres y, por consiguiente, los modos de intervención.

Desnaturalizar y resignificar los estereotipos, así como los mandatos socio-históricos inscriptos en el psiquismo femenino posibilita a las mujeres desarrollar autonomía y disfrutar del control sobre la propia vida.



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Silvina Alejandra Marchisio | Argentina

Magister en Psicoanálisis Teórico, Doctoranda en Psicología. Docente asociada interina en Psicoanálisis Facultad de Psicología. Universidad Nacional de San Luis.

E-mail: smarchisio00@gmail.com


Fecha de recepción: 29/11/18

Fecha de aceptación: 15/04/19