del prudente saber y el máximo posible de sabor | Año xx Nº 11, enero-diciembre 2019 | ISSN 1515-3576| ISSN versión en línea 2618-4141


Materiales visuales en investigación social


Elisa Sarrot | UNER

elisarrot@yahoo.com.ar

Graciela Mingo | UNER, UADER, INES-CONICET

gmbevilac@gmail.com


Resumen

El artículo se enfoca en dos posibilidades de uso de la imagen en la investigación social: la cartografía y la fotografía. Asimismo, identifica algunas bondades de su complementación y alerta sobre los recaudos a tomar para asegurar su validez y confiabilidad. Se agregan ejemplos de investigaciones que las han utilizado.

El propósito es valorizar la imagen como recurso para el investigador, ya sea concebida como fuente de datos o como dato en sí, dado que la misma crea una nueva relación entre el sujeto, la sociedad, el espacio y el tiempo, y viene muchas veces a complementar a la palabra hablada o escrita, ya reconocida en su valor por el campo académico, y otras veces hasta puede sustituirla.

El tratamiento del tema se hace en el contexto de una reflexión sobre la incursión de la imagen en la academia, donde ha primado por largo tiempo una «noción del mundo como un texto escrito» (Mirzoeff, 2003; Mitchel, 2004), para concebir los aportes que los registros observables hacen a la investigación, desde una mirada no tradicional, que tiene en cuenta cómo el uso de las nuevas tecnologías potencia la posibilidad de utilizar la imagen y, a su vez, qué provocan estas nuevas tecnologías en el investigador, que puede descubrir maneras novedosas de producción de significados, hasta ahora escasamente estudiadas desde las ciencias sociales.

También se propone un permanente ejercicio de la reflexividad por parte del investigador sobre el uso de estos recursos, mencionando asimismo la importancia de incorporarlos a la curricula de formación de investigadores.

Palabras clave: materiales visuales en investigación social, cartografía, fotografía



Visual materials in research


Abstract

The article focuses on two possibilities of using visual materials in social research: cartography and photography, identifies some benefits of their complementation and warning about the precautions to be taken to ensure their validity and reliability. We add examples of research that have used them.

The purpose is to value the image as a resource for the researcher, whether conceived as a source of data or as data in itself, given that it creates a new relationship between the subject, society, space and time, and often comes to complement the spoken or written word, already recognized in its value by the academic field, and some times it can replace it.
The treatment of the subject is made in the context of a reflection on the incursion of the image in the academy, where a «notion of the world as a written text» has prevailed for a long time (Mirzoeff, 2003; Mitchel, 2004), to conceive the contributions of observable records from a non-traditional perspective, which takes into account how the use of new technologies enhances the possibility of using the image as data, and in turn, highlights that, in what these new technologies provoke, the researcher can discover novel ways of meaning production, until now scarcely studied from the social sciences.
We also propose a permanent exercise of reflexivity on the part of the researcher on the use of these the use of these resources, also mentioning the importance of incorporating them into the curriculum of training of researchers.

Keywords: visual materials in social research, cartography, photography




Introducción

El uso de la imagen en investigación no es nuevo, pero su aceptación ha sido difícil en el campo académico, particularmente en ciencias sociales, luego de haber sido la cultura visual, por largo tiempo, secundaria o subsidiaria respecto de la cultura escrita.

Los avances tecnológicos han facilitado que la imagen adquiera status académico. Ya Christine Hine en su Etnografía virtual, en el año 2004, iniciaba en cierta forma el debate epistemológico y metodológico respecto a de qué modos, cómo y por qué abordar los distintos usos y experiencias de las nuevas tecnologías digitales, específicamente de la Internet, en el campo de la investigación social.

Concebimos a la imagen como lenguaje (Barthes, 1964, en Zecchetto, 2013), que tiene tanto un sustrato digital como analógico, aunque los lingüistas en general renieguen de ello, y por lo tanto es posible hacer, como propone el autor, un análisis espectral de los mensajes que ella pueda contener. Es posible entonces leer este lenguaje en un doble sentido: como imagen denotada y como imagen connotada. Y esta posibilidad sin dudas otorga a la investigación sobre lo social la potencia de describir un contenido objetivo pero también interpretarlo, es decir, de recorrer el arco hermenéutico (Ricoeur, 2006) de la interpretación, donde la comprensión precede, acompaña y clausura a la explicación, pero finalmente, está apoyada en ésta.

Acentuar aquí la relación del avance tecnológico con la investigación social en general y con lo visual en particular, tiene el sentido de contextualizar nuestra focalización en los materiales visuales —particularmente aquí la cartografía y la fotografía—, dado que ambas, como iremos viendo, han evolucionado en estrecha conexidad con las nuevas tecnologías, que las redimensionan y marcan permanentemente, presentando a los investigadores desafíos importantes de atender. Por esta razón, mencionamos sucintamente algunos trabajos que atienden estos desafíos y que pueden servir para ampliar los contenidos del presente artículo, como por ejemplo —y entre muchos otros— los más recientes producidos en Argentina, referidos al impacto de las nuevas tecnologías en investigación social: la profundización en el uso de WhatsApp y en el uso de drones que hace Scribano (2017), la revisión que hace Lisdero (2017) sobre los nuevos dispositivos y ciberespacios para la indagación social o el abordaje del uso de teléfonos móviles que realiza Osorio (2017).

Nos parece interesante abordar el uso de la imagen, pues quizá una de las razones de su secundariedad ha sido la ortodoxia del ámbito académico occidental, que ha privilegiado históricamente el mundo del habla como la forma más pertinente de práctica intelectual e investigativa y, por ende, ha considerado a las imágenes como ideas de segundo orden, no obstante que los teóricos de la «cultura visual» sostengan que la visión del mundo es cada vez más gráfica y menos textual (Mirzoeff, 2003; Mitchel, 2004) y que se ha producido el reto a la noción del mundo como un texto escrito, la cual está en vías de ser sustituida por la noción del mundo como imagen.

Hoy, en el área investigativa, es insoslayable incorporar a las fuentes de datos visuales y a las tecnologías en continua renovación que las producen, como también reconocer su alto valor epistémico y el status de validez, que van adquiriendo al producir hallazgos y evidencias contundentes y de gran interés para los estudios sociales.

También es insoslayable reconocer que, históricamente, tanto para la escritura como para la imagen, los avances tecnológicos han producido cambios sociales decisivos que, así como han repercutido en la vida cotidiana subjetiva y colectiva, inevitablemente han impactado también en el mundo académico y sus prácticas. Alfaro López sintetiza este impacto señalando que, así como «… en los albores de la modernidad la imprenta de tipos móviles multiplicó exponencialmente la cantidad de textos […], (vemos que luego) en el ocaso de la modernidad la tecnología cibernética (TIC) produce ad infinitum un torrente de textos e imágenes» (Alfaro López, s/f). Como bien expresa Deleuze (2002), el acontecimiento no se encarna, sino que, por el contrario, se actualiza a la luz de la imagen.

En el campo específico de la imagen, la fotografía ha sido la fuente estrella en la investigación científica, pues por su propio costo, exponencialmente abaratado hoy con la fotografía digital, democratizó lo visual y estableció una nueva relación de las sociedades con el espacio y el tiempo. Por su parte, la cartografía en su versión convencional, que ha ido mutando lentamente en la historia hasta llegar a la impresionante cartografía multimedial actual, no le ha ido en zaga, transformándose en un dispositivo fundamental para las investigaciones científicas y para la toma de decisiones en el campo político. También en sus nuevas manifestaciones, como cartografía social por ejemplo, ha devenido herramienta de intervención social donde los actores aprenden y producen sus propios espacios.

Si bien existen variados tipos de materiales visuales interesantes para la investigación social —por nombrar algunos: gráficos estadísticos, obras de arte en escultura y pintura, imagen publicitaria, graffitis, videos— en este artículo hemos seleccionado dos de ellos: la cartografía y la fotografía, para luego pensar en combinaciones que las potencian como dispositivos de registro, constituyendo una valiosa entrada al conocimiento de nuevas formas sociales de producción de significados y subjetividades.

Esta selección obedece también al hecho de que son temas que solo esporádicamente se presentan en el material bibliográfico utilizado en la formación de investigadores. Principalmente su ausencia se percibe en los manuales de metodología más utilizados —las pocas referencias se ven con mayor frecuencia en los manuales de metodología cualitativa—. Sí se hallan publicaciones, como se verá en alguna de las citas que iremos utilizando sin pretensión de exhaustividad, que se abocan específicamente a problematizar el uso de la imagen en la investigación social.


1. La cartografía

Es sabido que los mapas son construcciones históricas realizadas por el hombre, considerados válidos para representar los territorios conocidos y que han permitido a los pueblos organizar la navegación, el transporte, el comercio, entre otras utilidades.

Antaño los mapas solo podían ser dibujados a partir de una observación aproximada de lo real.

Hoy en día, y a tono con lo que hemos señalado del potenciamiento que producen las nuevas tecnologías, los mapas se descubren en el espacio virtual, a partir de relevamientos de campo. Ejemplo de ello es el sistema GPS y la contundente revolución que Google Maps introduce (por nombrar los softwares más populares, entre otros menos conocidos), permitiéndonos situarnos en cualquier lugar del planeta. Los relevamientos son realizados por flotas de vehículos autónomos, con intervenciones humanas ocasionales, que por el desarrollo de la robótica pueden recorrer carreteras urbanas, autovías urbanas, zonas montañosas, etc. con una computadora a bordo que identifica a otros vehículos, peatones y semáforos. En el techo estos vehículos cuentan con un localizador láser que genera un mapa detallado del entorno en 3D. Un dato interesante es que, antes de poner en funcionamiento los vehículos autónomos, los ingenieros de Google hacen una o más veces los mismos recorridos y luego comparan los registros humanos y robóticos para disminuir errores.

Otros softwares similares son Waze, Here WeGO, Moovit, Maps.me, etc.

El GPS, o Sistema de Posicionamiento Global (Global Positioning System), es un sistema de navegación basado en satélites en órbita y el Google Maps es un servidor de aplicaciones de mapas en la web. Este último ofrece imágenes de mapas desplazables, así como fotografías por satélite del mundo e incluso la ruta entre diferentes ubicaciones o imágenes a pie de calle con Google Street View, condiciones de tráfico en tiempo real (Google Traffic) y un calculador de rutas a pie, en coche, bicicleta y transporte público, más un navegador GPS.

Pero lejos de ser un mero reflejo de lo real, los mapas siempre han actuado como instrumentos de poder (Harley, 2005) y junto a la racionalidad cartográfica han tenido un rol en términos culturales, sociales y políticos.


Si hace unos años los historiadores se interesaban marginalmente por la cartografía antigua —y esto habitualmente de manera empirista para responder alguna pregunta relativamente limitada acerca de la ubicación, la topografía o la mejora del conocimiento geográfico o las técnicas cartográficas—, hoy en día se puede evidenciar un creciente interés historiográfico y de otras ciencias sociales y humanidades por los mapas como artefactos culturales producto de relaciones sociales inscritas en prácticas de conocimiento y poder. (Díaz Ángel, 2009: 181)


Por ello, y concibiendo al mapa como herramienta propia de la geografía, resulta interesante tomar los aportes de Trevor Barnes y James Duncan (citado en Quinteros, 1992: 189) cuando revisan la etimología del término «geografía» como «la ciencia de los mundos decibles, conceptualizados a través de la utilización de diferentes materias expresivas que median en procesos de significación social. …modos de estructuración de las relaciones sociales que se expresan a partir de relaciones entre objetos y posiciones». Mirada históricamente, la geografía nos permite reconstruir el ayer y conocer con mayor precisión lo que sucede actualmente, como dispositivo que tiene la particularidad de estructurar mundos significantes, a partir de principios de especialización —geografía física, geografía humana, geografía política, geografía económica, etc.—.

Los investigadores, como decodificadores de realidades, no tardaron en incorporar el mapa (herramienta privilegiada de la geografía) como dispositivo de visibilidad y, concibiéndolo como metonimia, intentan la inscripción de la realidad a través de los íconos que el mapa permite registrar. Estos íconos guardan siempre alguna analogía con el objeto representado y además se relacionan con contextos socio-culturales determinados que van definiendo el sentido del saber geográfico.

Núñez González, Zambra Alvarez y Almuda (2017) señalan que el espacio representado a través del mapa, lejos de poseer un carácter objetivo y científico-técnico, constituye una imagen cargada de intencionalidad que actúa como metáfora, entendiendo a la metáfora como una forma de conocimiento (Giménez Corte, 2016).

De este modo, el mapa o la cartografía como espacio representado devienen para los investigadores una forma de escritura o inscripción de lo que es, desde una mirada escudriñadora que busca develar las diferentes capas con que la imagen da contenido a ese «mundo real».

Cada representación cartográfica tiene su propio lenguaje o código de convenciones fijas que permite al lector adiestrado decodificar para describir situaciones y situarlas en los contextos de producción, en las connotaciones ideológicas y en la potencia discursiva (Lois, 2014). En este sentido el mapa es fuente. El trabajo de decodificación permite construir datos sobre lo que la imagen cartográfica representa.

El avance de las tecnologías va posibilitando que las representaciones cartográficas puedan ser trabajadas a diferentes escalas, en cada una de las cuales se va profundizando el sentido epistémico de la imagen analizada, potenciándose así la producción de evidencia que sustenta al conocimiento científico.

El plano como imagen puede estar representando un continente, un país, una región, una ciudad, una zona rural, una confluencia de calles que definen a un área céntrica o turística, por mencionar algunas posibles escalas.

Si anclamos en el ejemplo de la cartografía de una ciudad, la misma puede ser tomada como fuente de datos en sí misma, pero también como soporte para inscribir otras informaciones, pues el uso de la fuente, y la construcción de datos a partir de ella, se configura desde la relación entre el sujeto que investiga y el mapa objeto investigado. Los códigos más utilizados para dar fuerza a alguna argumentación son las tramas, traducidas en colores —de mayor a menor intensidad— o en gráficas —zonas rayadas, punteadas, cuadriculadas, etc.—. El lector experto puede leer rápidamente la trama e interpretarla según las dimensiones de las variables cuyo comportamiento se pretende mostrar.

Los avances tecnológicos permiten hoy combinar en el plano, mediante la geo-estadística, un conjunto de datos en el espacio. De esta manera, si se inscribe en el plano algún indicador de visibilización de un problema social, habitualmente se conjuga con colores en donde la trama oscura intensa será rápidamente interpretada como situación preocupante o crítica. Ejemplo: cantidad de hogares con NBI (Necesidades Básicas Insatisfechas) en la ciudad de Paraná.

En cambio, si se inscribe en el plano un indicador positivo, como por ejemplo la cantidad de hogares con desagüe cloacal, cuanto más densa la trama, se lee que el problema tiene menor intensidad. En este caso, las gamas de colores invierten su significado: la trama clara será rápidamente interpretada como situación preocupante —falta de desagüe cloacal—.

A continuación, en un plano de la ciudad de Paraná, según fracciones censales recurriendo a los datos del Censo de Población, Viviendas y Hogares del 2001, vemos cómo se plasmó este indicador de NBI, en un trabajo de investigación sobre la pobreza estructural en la ciudad (Mingo et al., 2005). Con facilidad se ve que las tramas claras predominan en la periferia y las tramas densas, en el centro de la ciudad.

Hemos dicho que la imagen tiene valor epistémico y valor ideológico, y toda episteme tiene una base subjetiva, lo cual implica que la imagen no es pura sino construida. Silvina Quinteros (1992: 192) afirma que «…si pensamos a los mapas como íconos, debemos recordar que ellos no “capturan” sencillamente al modelo en un envase más pequeño, sino que lo reconfiguran para formar un nuevo objeto. Todo ícono transforma los significados imputados a lo real y construye nuevos significados a través de la imagen nueva de lo real». Es así como la imagen se vuelve indicador epistémico, constructo donde interviene la teoría.

Si para Barthes (1971) la connotación es la entrada privilegiada a la polisemia del texto, la imagen puede ser también polisémica y, en este sentido, los mapas pueden leerse desde lo denotativo, pero también en lo que connotan, pues un mapa que ha devenido significante polisémico, connota de manera plural. Estamos usando aquí la metáfora del texto, que «…ha venido siendo utilizada por los geógrafos y demás investigadores sociales en la interpretación de los diferentes procesos socio espaciales (Barnes y Duncan 1994; Daniels y Cosgrove 1994; Duncan 1990; Goss 1993; Knox 1994; Mitchell 2000; White 1992)» (Martínez Camacho, 2019: 63).

En la actualidad son innumerables los fenómenos que se mapean. Por poner algunos ejemplos, encontramos mapas de la empatía con el cliente en el área de marketing, mapas de la pobreza en un país, mapas conceptuales en una disciplina. El recurso está usado de manera muy diversa en cada caso, pero lo común es la disposición física de algo material o simbólico, en un espacio imaginario o real, y, aún en este último caso, siempre construido.

Por eso Harley (2005) afirma que:


Lejos de fungir como una simple imagen de la naturaleza que puede ser verdadera o falsa, los mapas redescriben el mundo, al igual que cualquier otro documento, en términos de relaciones y prácticas de poder, preferencias y prioridades culturales. Lo que leemos en un mapa está tan relacionado con un mundo social invisible y con la ideología como con los fenómenos vistos y medidos en el paisaje. Los mapas siempre muestran más que la suma inalterada de un conjunto de técnicas. (Harley, 2005: 61)


En palabras de Wood (s/f), todo mapa es selectivo, en tanto selección intencionada en el marco de todo lo que se conoce, inclinado a los fines de su creador, con un propósito, y dirigido hacia un interés.

Esta redescripción del mundo que el mapa propone implica que, a la hora de considerar las fuentes cartográficas en una investigación, el investigador debe practicar, al igual que con cualquier otro tipo de fuente, los ejercicios de ruptura y validación necesarios, contextualizar la producción de esa imagen, bucear las intencionalidades subyacentes, logrando describir para desentrañar, al estilo de la descripción densa de Geertz (2000) que hace legible y pone de relieve entramados que «…nunca puede(n) ser laxo(s) sino que posee(n) múltiples componentes» (Kornblit, 2004: 10).

Para finalizar este apartado referido a la cartografía, y en cuanto a las particularidades del uso de la cartografía como fuente de datos en investigación social, hay algunos conceptos que han tomado auge recientemente y que resultan interesantes de considerar a la hora de utilizar los mapas:

a) Por un lado el concepto de territorio, que deviene de la categoría «espacio» y la aggiorna. En este sentido, Basilio (2018) afirma que hay un pasaje valioso en el reemplazo de la categoría de espacio por la de territorio. Autores clásicos de la sociología que definen espacio como Simmel (1986 citado en Basilio 2018), sostienen que lo importante son las conexiones en el espacio y no el espacio en sí mismo. Según esta interpretación sociológica el espacio funciona más bien como telón de fondo, como una especie de escenario, donde la preminencia es de los grupos sociales como articuladores de lo espacial. Por otro lado, la interpretación de la geografía valora la capacidad social de la construcción del territorio, lo que supone más bien una relación de ida y vuelta entre las personas y el espacio material. Además, existen aportes orientados a interpretar la territorialización de los sectores populares, articulando así en la conceptualización lo físico con lo social (Basilio, 2018).

b) Por otro lado, se incorpora el concepto de cartografía social, que define a una herramienta de reconstrucción racional del entramado territorial, que proporciona una visualización dinámica de lo que sucede en los espacios estudiados y permite, de acuerdo a los mapas temáticos diseñados, un acercamiento a las configuraciones socio-territoriales de cada área. Decimos racional, pues la información de base es obtenida de fuentes secundarias y luego retrabajada para el estudio, lo cual adquiere valor primordial para delineamientos situacionales y a nivel de diagnóstico socio-económico. Al trabajarse en capas, la cartografía digital se transforma en una herramienta facilitadora, por ejemplo, de la construcción de tipologías de beneficiarios de programas sociales, según pertenezcan a áreas urbanas o rurales, al permitir relacionar a los sujetos con sus dinámicas territoriales y por ende develar algunas pautas culturales identitarias. Como ya se expresó, las nuevas tecnologías potencian esta posibilidad. En este caso nos referimos al Sistema de información Georeferencial (SIG) (Mingo y Dapuez, s/f).

Pero además, la cartografía social es una metodología que permite a las comunidades construir y tener un conocimiento integral del territorio donde habitan para que puedan elegir una mejor manera de vivirlo (Herrera, 2013) e implica un proceso participativo que pone en común el saber cotidiano y colectivo en el que se transcriben las experiencias de los lugares de convivencia.

Para Montoya Arango et al., (2014: 192)


La cartografía social es… el instrumento para la producción de un conocimiento dialógico que tiene como fundamento la apertura a formas de conocer y experimentar los territorios que pueden incluso anteceder a los procedimientos lógicos de la representación cartográfica convencional.


Y lo proponen


frente a los modos intrusivos con que se ha ejercido la producción de conocimiento y la praxis política, (manifestando) la vivacidad de la gente en sus territorios y el valor otorgado a sus conocimientos, saberes y prácticas, los cuales han sido decantados en profunda relación con el espacio habitado, poniendo de relieve que la diversidad epistémica es un acento relevante de nuestra constitución como sociedades y como individuos. (Montoya Arango et al., 2014: 192)


c) La noción de paisaje: alude al paisaje como un texto sujeto a ser interpretado, que tiene que ver más con la percepción subjetiva o colectiva de un espacio o territorio, que con el espacio o territorio objetivamente captado. El paisaje es leído, y leído por alguien, y por alguien que vive en un momento y en un lugar determinado, y que pertenece a una cultura, a una clase social, a un grupo étnico, etc. Como dice Martínez Camacho (2010: 63), la categoría ‘paisaje’:


comporta un particular modo de ver y concebir la realidad, un modo de ordenar el espacio sujeto a determinados parámetros sociales (Cosgrove, 1985; Cosgrove y Daniels, 1988; Duncan, 1990; Duncan y Duncan, 1997; 2004). Asimismo, …como representación y forma construida, el paisaje vehicula una serie de imágenes y significados, los cuales juegan un rol central en las dinámicas sociales ya sea para confrontarlas o para consolidarlas (Duncan y Duncan, 1997; Mitchell, 2000; Schein, 1997)


2. La Fotografía

Dice Gabriela Augustowsky (2007:147) que:


Algunas estrategias metodológicas cuentan ya con muchísimos años de experiencia e implementación y están ampliamente legitimadas, mientras que otras, en cambio, se encuentran en un proceso de construcción y de diálogo para consensuar dentro de la comunidad […] (científica) su validez: éste es el caso de la utilización de imágenes, como la fotografía.


El uso de la fotografía en el campo científico no es nuevo. Si nos remontamos en el tiempo encontramos que se utilizó en el campo de la psiquiatría, cuando a mediados del siglo xix Hugh Welch Diamond fotografiaba a sus pacientes con la intención de plasmar en la imagen los distintos tipos de locura o dolencia psiquiátrica.

En Astronomía, Warren de la Rue obtuvo las primeras imágenes fotográficas de la luna en 1852 y a partir de 1865 se comienzan a fotografiar regularmente los eclipses de sol.

Pero sin duda la primera ciencia social que capitaliza a la fotografía como documento apenas aparece ésta, a principios del siglo xix, es la historia. No obstante, desde entonces se analiza al documento fotográfico como construcción influida por la tecnología, por el fotógrafo y por el contexto epocal. La fotografía «…es imagen que alguien tomó para decir “algo”; es apariencia y ficción…» (Escorza Rodríguez, 2008: 8), no necesariamente porque signifique fingir, sino ficción en el sentido de su etimología —del latín fingere que es formar, hacer, fabricar—.

De allí en más, y transitando por los vertiginosos avances de la tecnología fotográfica, su uso se fue extendiendo en los distintos campos científicos.

Por lo tanto, si se utilizan fotografías como fuentes de datos en la investigación, deberíamos preguntarnos, entre otras cuestiones, por su status epistemológico, por su relación con lo representado en tanto reflejo, copia o huella, por las posibles modalidades de uso de la fotografía y cuál de esas modalidades conviene en cada caso, preguntarnos qué de lo social es fotografiable y plantearnos cuestiones más operativas como la manera de diseñar un registro fotográfico (Augustowsky, 2007).

Reflexionamos sobre estas preguntas que propone Augustowsky (2007) apelando a algunos autores que han profundizado en el tema y, también, trayendo algunos ejemplos de fotografías fuera del marco investigativo y de investigaciones concretas donde la fotografía ha sido de utilidad.

Roland Barthes (1982) sostiene que la imagen fotográfica es la reproducción analógica de la realidad y que si bien no contiene ninguna partícula discontinua que pueda ser utilizada como signo, existen sin embargo en ella elementos retóricos —la composición, el estilo— que funcionan como mensaje secundario y la vuelven asimilable a un lenguaje. Así, el autor reconoce dos elementos que juegan en una fotografía: el studium (contenido objetivo, testimonio) y el punctum (lo emocional, subjetivo), que se conjugan en la imagen captada.

Estos dos elementos identificados por Barthes (1982) resultan fundamentales para resaltar el acto de construcción que la fotografía implica. El studium hace de la foto un testimonio documental y, como tal, una fuente para producir descripciones. El punctum hace de este documento una fuente, para producir comprensión, en el sentido epistémico que remarca Von Whright (1979): comprensión en su dimensión psicológica —de empatía o recreación en quien investiga, de los aspectos espirituales, pensamientos, sentimientos y motivos, que la imagen connota—, y en su dimensión semántica, en estrecha vinculación con la intencionalidad.

1. En esta foto, que ha recorrido el mundo, el punctum es muy claro. Lo que emociona. Lo que lastima de la fotografía. La fotografía fue tomada el 8 de junio de 1972 - en la Guerra de Vietnam, por el fotógrafo de Associated Press, Huynh Cong «Nick» Ut y fue merecedora del Premio Pulitzer. La niña que corre desnuda, gritando por las quemaduras del napalm, es Phan Thi Kim Phuc


Por su parte, Philippe Dubois (1986) concibe a la fotografía como «un dispositivo teórico», «lo fotográfico», entendido como una categoría de pensamiento que introduce a una relación específica con los signos, con el tiempo, con el espacio, con lo real, con el sujeto, con el ser y con el hacer. La foto no es solo una imagen sino un verdadero «acto icónico», algo que no se puede concebir fuera de sus circunstancias; es a la vez imagen y acto, entendido el acto no solo como el momento de la toma sino también su recepción y su contemplación. Introduce así la idea de sujeto y, más específicamente, de «sujeto en marcha», y agrega el rasgo de que la fotografía es auxiliar para la asimilación psíquica del mundo. También permite bucear hacia el pasado reforzando los recuerdos que en las técnicas de conversación advienen a menudo incompletos y deformados por la elaboración de las expresiones verbales.

Es imprescindible agregar la potencialidad transformadora de la fotografía, que desnuda desde un ojo que devela, aspectos generalmente.

La observación de documentos fotográficos dispara inferencias interpretativas, captación de detalles subjetivos (gestos, posturas, lugares, miradas, vínculos…) y objetivos (vestimenta, ambientes, objetos, arquitecturas…). Ambos rastros, subjetivos y objetivos, a su vez permiten una contextualización de lo micro estructural en lo macro estructural, si puede ubicarse la toma en una coordenada espacio-temporal.

En la fotografía precedente, tomada por Hines y recuperada por Barthes (1982), su studium es ese contenido que posibilita apreciar a la niña entre los telares, en posición firme, como si estuviera acostumbrada no solo a trabajar, sino a recibir órdenes precisas que requieren un inmediato cumplimiento. Con esta fotografía se argumentó en defensa de la abolición del trabajo infantil en las fábricas algodoneras de California, a partir de lo cual se aprobó la legislación contra el trabajo y explotación de menores.

El documento fotográfico tiene diferentes usos en la investigación social. Como fuente primaria, encontramos las fotografías captadas por el investigador, o la técnica denominada «foto voz», que consiste en pedir a los sujetos investigados que tomen fotografías, orientándolos sobre lo que se espera que retraten. Pero también puede ser usado el documento fotográfico como fuente secundaria, cuando se han encontrado fotografías que luego se analizan, como se hace con cualquier otra información disponible. En todos los casos, la reflexividad debe estar presente como ejercicio del investigador, pues, como dice Bourdieu (2002) el descubrimiento no se produce nunca por una simple lectura de lo real, y el hecho se conquista contra la ilusión del saber inmediato.

Podríamos resumir algunos usos de la fotografía, mencionando:


· La foto obtenida por el investigador (el investigador capta la foto que le resulta relevante como «dato»).

De acuerdo a sus objetivos, el investigador tomará fotos, buscando reflejar cuestiones que tienen que ver con su problema de conocimiento. Por poner un ejemplo, si la categoría central de una investigación es la de condiciones de trabajo, el investigador tomará fotos que den cuenta de características y calidad de los ambientes físicos en los que se desarrolla el trabajo, posturas corporales, vínculos intersubjetivos, subordinaciones, inequidades, relación del trabajo con el entorno urbano, entre otras categorías y propiedades.

Ejemplificamos aquí con una fotografía tomada por los investigadores para evidenciar la «ocupación del espacio público» y «el riesgo que la obra implica en lo público», en un estudio del sector de la construcción en Paraná (Mingo et al., 2013).

Pero también la foto tomada por el investigador puede ser más «metafórica» y captar más el «punctum» que el «studium» de Barthes. Lo vemos en este ejemplo, donde hay pocos elementos de contenido objetivo que permitan una descripción, pero hay un «pinchazo» emotivo para significar la dificultad para conseguir trabajo (Mingo et al., 2005)

· La foto hallada por el investigador: Por distintas vías —por ejemplo, indagando en archivos en papel o digitalizados, solicitando a las personas que provean fotografías que puedan interesar a la investigación, etc.— se buscan fotografías que den cuenta de lo que se está analizando. Aquí la foto es fuente.

· La foto voz (se solicita a los sujetos investigados que tomen fotografías):

Según Carolina Wang (1999), la «foto voz» tiene, entre otros, dos objetivos básicos, que merecen ser resaltados. Al solicitar a los sujetos investigados, mediante una consigna, que tomen fotografías, logramos registrar y reflejar las preocupaciones personales de los sujetos y promover el diálogo crítico y el conocimiento a través de la discusión grupal de las fotos tomadas. Aquí la foto es dato.

Esta forma de utilización de las fotos es frecuente en el enfoque de la investigación acción o investigación participativa. Desde los principios fundantes de este enfoque, provenientes mayormente del interaccionismo simbólico de Blummer, se concibe a los sujetos como agentes con comportamientos autoreflexivos que no están en un mundo como conjunto de estímulos medioambientales a los que responder, sino en un mundo que deben percibir e interpretar en orden a actuar. Por lo tanto, el solicitarles que tomen fotografías de ese mundo, los empodera en el sentido de animarlos a ser quienes capturan lo que les interesa de las situaciones que viven. Esta forma de investigar participativamente, encuentra en la foto voz un dispositivo de democratización del conocimiento.

En esta línea citamos una experiencia pedagógica, ante la mudanza de una Facultad de Paraná a un nuevo edificio (Facultad de Trabajo Social, Universidad Nacional de Entre Ríos, 2015), en la cual se solicitó a los estudiantes que fotografíen aquello del viejo edificio que «quisiesen llevarse en la retina y en la memoria». El registro fotográfico resultante podríamos decir que hizo realidad la expresión popular «una imagen dice más que mil palabras», pues los estudiantes tomaron fotografías de los rincones más significativos de su trayectoria en la Facultad y pudieron después socializar: proyectar las imágenes tomadas y explicitar el significado que atribuían a esos lugares y situaciones. Aquí incluimos sólo una de las fotos tomadas, a título de ejemplo.

·La foto elicitación (se les muestran fotografías a los sujetos investigados y se les pide que hablen acerca de ellas, utilizando al documento como fuente). Esta forma de usar la fotografía se constituye habitualmente en auxiliar de la entrevista, o de técnicas proyectivas, y busca develar lo que en el discurso posiblemente no aparecería. Volvemos así a la metáfora del texto, pues, así como el mapa es un texto que se construye y se lee, la fotografía también lo es.

Gonzalo Seid (2012) relata el chequeo de validez que le exigió la selección de las técnicas aptas para una investigación sobre la autopercepción de clase social. Así ensaya la combinación de técnicas proyectivas junto al uso de fotografías, bajo el supuesto de que la autopercepción de clase está influida por la misma clase a la que se pertenece, como así también, las preguntas mediante las que se pretende relevar esa autopercepción muchas veces pueden no ajustarse a las categorías de razonamiento práctico de la vida cotidiana de los actores.

En este sentido, al invitar a las personas a hablar de la fotografía que se le está mostrando, se neutraliza la tendencia de las mismas a resguardarse en su subjetividad. Al referirse a una imagen del afuera, suelen de a poco proyectarse en espejo y terminar hablando de sí mismas. Germani (citado en Seid, 2012) refiere que, en la situación de entrevista, frecuentemente las identificaciones psicológicamente reales –es decir, capaces de traducirse en variados comportamientos–, no son conscientes y por tanto no se articulan en el plano verbal. En cambio, mirar la imagen plasmada en una fotografía, referida a otra situación o a otro sujeto, permite articular en el plano verbal apreciaciones que, finalmente, refieren a uno mismo.

Otro ejemplo de foto elicitación lo encontramos en un trabajo con obreros de la construcción en el que se indagaba sobre el sentido atribuido por los mismos a la obra. El autor dice: «… pero ese sentido no “salió” en sus discursos de manera espontánea y directa, sino después de … apelar a un recurso auxiliar de la entrevista, a través de la mirada de fotografías» (Kriger, 2014: 88).

Otras formas de uso de la fotografía

Por último, y pensada desde la integración metodológica, la observación de fotografías (como documento disponible de segunda mano) puede potenciar recolecciones de primera mano (ejemplo: observar fotografías de la familia y luego hacer entrevistas para reconstruir trayectorias familiares). En ese caso la fotografía sería subsidiaria de otra metodología, para potenciarla combinación según Bericat (2000). En otros casos, la toma de fotografías por parte del investigador, como dato de primera mano, permitiría ilustrar y complejizar hallazgos obtenidos con otras técnicas o encontrar plasmado en imagen lo que se captó en los textos hablados o escritos, convergencia según Bericat (2000).

Compartimos con Augustowsky (2007: 173) que «tomar una fotografía implica realizar en primera instancia un proceso de selección, de recorte: ¿qué aspecto voy a registrar? ¿en qué elementos se centrará la mirada? ¿cuál es el objeto depositario de mis interrogantes?» Y en un ejercicio de vigilancia epistemológica, de develamiento de supuestos ¿por qué fotografié esto, por qué desde aquí, por qué ese momento? ¿Qué me permite ver este pequeño punctum (Barthes, 1982) en la complejidad de una situación?

Y elegir no es decidir únicamente lo que va a ser visible, sino también establecer qué es lo que va a quedar escondido, así es necesario determinar qué es lo que haremos entrar dentro de los límites y qué quedará fuera. … realizo una operación voluntaria de selección en dos sentidos: elijo y dejo fuera» (Augustowsky, 2007: 173).

Por lo tanto, al igual que cuando elaboramos cuestionarios o ítems para observaciones, debemos establecer claves para realizar las tomas, teniendo en cuenta que el acto mismo de la toma es un modo particular de enfrentarse a un objeto de investigación. Luego, la observación del documento fotográfico permitirá recrear el diálogo con la realidad una y otra vez. Este diálogo es posible desde lo que la fotografía denota —mensaje literal, analógico, sin código, o lo representado— y desde lo que ella connota —significado codificado, de tipo ideológico o cultural, o la representación— (Schwarz, 2016). Por ello, para el investigador social, «…diferenciar lo representado de su representación en la imagen es imprescindible para el análisis visual, es decir, no confundir la fotografía con un puro y lineal testimonio de una realidad sin mediaciones. Justamente estas mediaciones simbólicas son el terreno fértil a ser indagado en la investigación visual (Pauwels, 2010; citado en Schwarz, 2016: 66).

Una amenaza a la validez. La manipulación fotográfica

La validez de la fotografía como documento se ve amenazada por las técnicas de manipulación fotográfica, que no son del todo nuevas, aunque sí se vieron facilitadas por la digitalización de la herramienta.

Antes de la era computacional, la manipulación se realizaba retocando las fotos con tinta o pintura, o sometiéndolas a doble exposición, tapado, edición zonal, o reconstrucción/superposición de negativos en el cuarto oscuro.

A partir de la digitalización de esta herramienta, programas como Photoshop, Illustrator y otros, permiten múltiples posibilidades de modificación de las imágenes captadas.

Estas breves menciones a la posibilidad de manipulación de la fotografía nos sirven a los investigadores para constatar que el uso de la fotografía en investigación requiere los recaudos de confiabilidad y la consideración de las cuestiones éticas al igual que cualquier otra fuente de datos. Por ejemplo, cuando se trabaja con fotografías que no han sido obtenidas por el investigador, se requiere un trabajo de indagación histórica respecto de las herramientas tecnológicas y técnicas que mediaron en la producción de esa imagen, así como también en lo referido a las condiciones de contexto social de la misma (Schwarz, 2016).


3. Cruces posibles entre fotografía y cartografía

Por último debemos agregar la interesante proliferación de los cruces entre fotografía y cartografía que vienen a enriquecer las fuentes de datos para las investigaciones y se inician cuando se comienza a descubrir los múltiples usos de la fotografía aérea en nuestros días.

La variedad de opciones se amplía cada vez más a partir del desarrollo técnico relacionado a la masificación de las imágenes digitales y satelitales, y a la difusión de la aviación y particularmente de los Vehículos Aéreos No Tripulados (VANT). Para estudiar los contextos urbanos:


la «mirada desde las nubes» también fue ganando agenda en la investigación social, ya sea explorando los avances vinculados a los sistemas de geoposicionamiento (GIS) (Luloff y Befort, 1989), las potencialidades para comprender los desarrollos de las megalópolis (tanto en Europa —Nicolo Leotta, 2000— como en Latinoamérica— Roca, 2011), o algunos desarrollos más recientes que exploran las potencialidades del cruce cualitativo entre fotografía aérea —imágenes satelitales— fotografías «al ras» (Verd y Porcel, 2012). (Lisdero, 2017: 72)


El autor agrega que los objetos privilegiados por la fotografía aérea son las ciudades y los espacios rurales, pero aporta antecedentes interesantes de otros usos, al mencionar:


investigaciones donde se acude a estas imágenes para estimar el tamaño de las protestas sociales (Mcphail and Mccarthy, 2004); o donde se utilizan mapas extraídos de google earth para consignar los desplazamientos de patrullas de policía reconociendo ciertas recurrencias analíticas (Meyer, 2012), entre tantos otros.


La fotografía aérea incorpora, según Lisdero (2017) variadas potencialidades:

-observar una zona sin desplazarse hasta allí, lo cual supera sobradamente a la observación directa;

-facilidad para analizar y relacionar detalles que no se ven a simple vista;

-insumos para «[…] reconstruir con precisión emplazamientos de las tomas, tanto como su encadenamiento en tiempo y espacio» (Lisdero, 2017: 72);

-posibilidad de definir al territorio como un documento, al plasmar en él información socio-espacial relevante para el análisis;

-mecanismos para componer imágenes complejas (Verd y Porcel, 2012; citado en Lisdero, 2017), al permitir explorar texturas variadas reunidas en datos diferentes.

Por su parte, la fotografía del espacio territorial per se, con prescindencia de la técnica de fotografía aérea, combina cartografiado y fotografiado al prestarse también para variados usos. En el artículo de Lisdero (2017) se ejemplifica esto con una investigación sobre la conflictividad en los feriantes, donde se mencionan tres modalidades de uso: la mirada cenital que se obtiene tomando fotos en ángulo recto desde altura, la mirada al ras que se construye con las habituales fotos desde el piso, y la mirada oblicua, que alude a algo similar a la foto voz, donde los propios actores se apropian del dispositivo fotográfico y captan imágenes que luego, analizadas por los investigadores, permiten conocer cómo los actores quieren ser vistos, o qué es significativo para ellos.


4. Recapitulando

Hemos recorrido en breves líneas el lugar que se han ido ganando los materiales visuales en investigación social y ahondado más en dos de los recursos posibles en este campo: la cartografía y la fotografía.

En ese recorrido, pudimos dar cuenta de los alcances y límites de cada una, de cuánto potencia al conocimiento científico su complementación, y de la magnitud con que impacta en ellas el desarrollo tecnológico que las posibilita y fortalece. Podríamos decir que, así como el gráfico estadístico concebido como imagen permite una visualización más contundente de lo que nos muestra la tabla numérica de base, la incorporación de la imagen y su aprovechamiento en el análisis, otorga mayor contundencia y evidencia al texto expositivo en un informe de investigación.

A modo de cierre de este recorrido, es importante reflexionar acerca de las nuevas posibilidades que las tecnologías van brindando a la investigación, los desafíos que ellas implican, la apertura que se requiere en los investigadores para reconocerlas y capitalizar su valor y, a su vez, el imperativo de una constante reflexividad y vigilancia epistemológica sobre estos dispositivos y sobre la validez de su uso para producir conocimiento científico.

Esta breve mención a la reflexividad implica concebirla en sentido amplio, como el que le otorga Lapassade (1991, 92; citado en Piovani y Muñiz Terra, 2018: 24) cuando dice que la reflexividad es «…al igual que la indexicalidad, constitutiva del lenguaje y de las descripciones del mundo que produzco: si describo una situación, contribuyo a la constitución de la situación que estoy describiendo».

Porque el investigador que estudia a la misma sociedad de la que es parte, tiene la gran responsabilidad de practicar, como dice Bourdieu, una ciencia que, a sabiendas de que realiza inevitablemente una construcción, se esfuerce «…por conocer y por controlar lo más completamente posible sus propios actos, inevitables, de construcción y los efectos que producen de modo igualmente inevitable» (Bourdieu, 1993: 904; citado en Piovani y Muñiz Terra, 2018: 31).

En el tema que hemos tratado, y tanto para considerar cartografías o fotografías en el marco de una investigación, es importante la distinción entre la imagen documento en su presentación unaria o studium (Barthes, 1982), de la imagen en la que se descubre algo que «me atrae» dando lugar a «lo que me punza» o punctum (Barthes, 1982: 82), pues esta distinción es fundamental como ejercicio de reflexividad en tanto a preguntarnos por qué nos atrae, por qué nos punza y qué interpretaciones podemos hacer de ello, junto a otros datos que pueden complementar el análisis de una imagen. Tanto el documento más unario como el detalle que nos atrae están directamente relacionados con nuestros intereses cognoscitivos, con nuestra subjetividad como investigadores.

Por ello, desde nuestro rol de formadores en metodologías de la investigación, es menester incorporar estas cuestiones en la curricula, para reconocer con nuestros estudiantes las nuevas formas de manifestación de lo social y las maneras más amplias de construir significado, que por supuesto nos acercan a nuevas formas de investigar.



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Elisa Sarrot | Argentina

Licenciada en Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de Entre Ríos. Magíster en Metodología de la Investigación, UNER. Coordinadora Académica de las carreras Especialización y Magíster en Metodologías de la Investigación, Facultad de Ciencias Económicas, UNER. Docente de posgrado en el Área de Metodología de la Investigación. Investigadora colaboradora en la Facultad de Trabajo Social, UNER.

E-mail: elisarrot@yahoo.com.ar


Graciela Laura Mingo | Argentina

Licenciada en Ciencia Política, Universidad Nacional de Rosario. Magíster en Metodología de la Investigación Científica, Universidad Nacional de Entre Ríos. Directora de la Maestría en Metodologías de la Investigación, UNER y de la Especialización en Gestión del Desarrollo Territorial, Universidad Autónoma de Entre Ríos. Ex Rectora de la UADER. Docente e investigadora (Cat. I) UNER INes-Conicet.

E-mail: gmbevilac@gmail.com


Fecha de recepción: 30/11/2018

Fecha de aceptación: 08/06/2019